Cuando se mezclan inmigración, política y calles californianas, el resultado rara vez es simple. Este fin de semana, Los Ángeles vivió su jornada más tensa en la reciente ola de protestas contra las redadas migratorias.
La respuesta federal: 2,000 efectivos de la Guardia Nacional desplegados tras la orden de la Casa Blanca. Para la istración Trump, un operativo necesario. Para el gobierno local, una provocación. Y para los manifestantes, la evidencia de que la política migratoria del segundo mandato de Trump ya se libra también en el terreno simbólico.

Trump, como de costumbre, rompió otro récord: se convirtió en el primer presidente en 60 años en desplegar tropas federales en una ciudad estadounidense sin consentimiento del gobernador, apelando a una ley reservada para invasiones o rebeliones.
El despliegue ocurre en un territorio con peso propio. Conviene recordarlo: si fuera un país, California sería la quinta economía del mundo y la mayor de EEUU, tras Nueva York y Texas.

Un estado con profundas raíces hispanas, desde su propio nombre —California— hasta sus ciudades: Los Ángeles (El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles), San Francisco (San Francisco de Asís), San Diego (San Diego de Alcalá), entre muchas otras. Hoy, más del 40% de los angelinos son de origen latino, lo que da a estos eventos una carga identitaria difícil de ignorar.
No fue casualidad que entre los manifestantes se vieran numerosas banderas de México, ondeadas como símbolo de resistencia cultural frente a las redadas. En las calles, la protesta se convirtió también en un acto de identidad.

Lo que ocurrió:
- Viernes. Redadas de ICE en diversos puntos de Los Ángeles, al menos 44 personas detenidas por presuntas violaciones migratorias. La operación incluyó fábricas, almacenes y tiendas de materiales, según líderes comunitarios.
- Noche del viernes. Primeras protestas, según el DHS, unas 1,000 personas en las calles. Reuters no pudo verificar la cifra. La policía detuvo manifestantes tras advertencias de dispersión. Esa misma tarde, la alcaldesa Karen Bass emitió un comunicado rechazando los operativos. “Estas tácticas siembran terror en nuestras comunidades. No lo permitiremos”, dijo. El director del FBI, Kash Patel, respondió un día después como si nada: “We will”.
- Sábado. Nuevas protestas en el área de Paramount y el centro de LA. Despliegue de la Guardia Nacional autorizado por Trump, aunque sin invocar la Insurrection Act. Marines en Camp Pendleton en “alta alerta”.
- Declaraciones cruzadas. La Casa Blanca acusa de “insurrección” a los manifestantes, el gobernador Newsom y la alcaldesa Bass denuncian uso excesivo de la fuerza. Trump amenaza con más intervención federal: “Si no lo hacen, lo haremos nosotros”.
- Domingo por la tarde. El gobernador Gavin Newsom solicitó formalmente al secretario de Defensa, Pete Hegseth, que se rescinda la federalización de la Guardia Nacional. Alegó falta de coordinación y afirmó que la situación en Los Ángeles no cumple con los criterios para justificar esa medida.
El día dejó imágenes intensas —vehículos militares, gases lacrimógenos, arrestos— y un mensaje claro: en la agenda migratoria de esta istración, Los Ángeles es tanto un escenario como un símbolo. Y como toda ciudad con historia y cicatrices propias, aquí la resistencia no es solo política: es también cultural, y profundamente personal.